viernes, 17 de agosto de 2007

Enrique Tomizuka

El 16 de abril de este año murió Enrique Tomizuka después de estar varios meses internado en el hospital militar. Enrique llegó a Buenos Aires en 1997 proveniente de Lima, Peru. Aquí Terminó el colegio secundario y en al año 2001, tras cuatro interminables años, ingresó a la Universidad de Buenos Aires para desarrollar sus inquietudes literarias en la facultad de Filosofia y Letras. Antes de su muerte estaba cursando el tercer año de la carrera de letras (allí fue donde lo conocí)

Fui de las pocas personas que lo visitaron en el hospital y, creo, su único amigo en Buenos Aires.
Luego de la muerte de Enrique fui a su casa para llevarme algunas de sus cosas y entre tanto papelerío encontré algunos de sus escritos, muchos que no conocía. Me llevó varios meses meses leer su obra y hoy estoy en condiciones de decir que varias de sus narraciones llenaron mis expectativas como hacía tiempo no lo hacía ningún otro escritor.
Mi alegría (como crítico literario y en menor medida como escritor) aumentó cuando entre sus obras hallé la novela en la que estaba trabajando antes de morir, en mi humilde opinión, el mejor de sus relatos.
No es mi intención crear una imagen mística de Enrique Tomizuka pero junto a esta novela encontre algunas notas que hicieron erizar mis pelos (En esta parte de la introducción a este blog abandono mi papeles de crítico y escritor). Las páginas del escrito estaban plagadas de post-its amarillos, algunos configuraban el plan de escritura, pero, otros recien déspues de su muerte pueden ser entendidos. Pensé que sería estupido privarlos de estas notas, por eso, la públicación de fragmentos de la novela en este blog (si el tiempo me lo permite va a ser completa), va a ir acompañada de esas notas, tal cual como estaban ubicadas en el original.*
La dificultad de publicar en Argentina me llevó a crear este blog y si todo marcha bien ustedes van a conocer la obra de Enrique Tomizuka. Creo un poco de justicia literaria.
*La publicación de estas notas ni le agrega ni le quita valor literario a la obra.

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